
Autora:
Arq. Juliana Vargas Arce.
julianavargas@me.com
Cuando pensamos en arquitectura, a menudo imaginamos planos, estructuras y ciudades en constante cambio, pero detrás de cada línea trazada y cada espacio concebido, hay una visión mucho más amplia: la de quienes entienden que diseñar también es narrar, cuestionar y transformar realidades. En ese cruce entre técnica, diseño, tecnología y sociedad, el rol de la arquitecta cobra fuerza, no por su género, sino por la responsabilidad que asume al expandir los límites de lo que la arquitectura puede lograr.
Ser arquitecta hoy no significa encasillarse en una única forma de ejercer. Al contrario, la disciplina nos invita a movernos con fluidez entre distintas esferas: urbanismo, tecnología, sostenibilidad, interiorismo y comunicación. En mi caso, el diseño fue la puerta de entrada, pero pronto entendí que podía explorar el mundo de la arquitectura desde muchas otras rutas. Cada cruce interdisciplinario que atravesamos exige tomar decisiones con impacto real: en quienes viven los espacios, en cómo los concebimos y en cómo afectan el entorno.
Desde hace más de una década, he tenido la oportunidad de trabajar en entornos multidisciplinarios, tanto en Londres como en Costa Rica. Actualmente lidero un equipo en Gensler Costa Rica, que constantemente busca innovar en la manera en que concebimos, representamos y experimentamos el entorno construido. Junto a diseñadores, tecnólogos y narradores visuales, desarrollamos soluciones que integran XR, visualización avanzada y diseño computacional. Nuestro trabajo se mueve entre lo tangible y lo digital, entre lo espacial y lo emocional, entre la técnica precisa y la intuición creativa; y detrás de todo ello hay una constante: diseñar con propósito.
La tecnología, en este contexto, no es un accesorio; es una herramienta fundamental que amplía nuestra capacidad de diseñar con inteligencia y anticipación. A través de experiencias inmersivas, modelos interactivos y herramientas potenciadas por inteligencia artificial, podemos explorar cómo se percibirá, recorrerá y habitará un espacio antes de construirlo. No se trata solo de representar, sino de experimentar el proyecto desde adentro, evaluar decisiones en tiempo real y conectar con el usuario final de forma más humana y significativa. Esta forma de diseñar no solo mejora la calidad espacial, sino que impulsa una arquitectura más sostenible, más consciente y conectada con su propósito, porque más allá de lo digital, lo que verdaderamente transforma es la intención con la que diseñamos. Como arquitectas, tenemos la posibilidad y la responsabilidad de influir en cómo las personas habitan, sienten y se conectan con los espacios. Esa capacidad exige no solo conocimiento técnico, sino empatía, sensibilidad cultural y una profunda conciencia del impacto que puede tener nuestro trabajo en la vida de otros.
Un ejemplo de esta visión aplicada es el proyecto que desarrollamos junto a FECOP, la Federación Costarricense de Pesca Deportiva. La pesca ilegal sigue siendo una problemática compleja en Costa Rica, con consecuencias directas sobre comunidades costeras y ecosistemas marinos. ¿Qué puede hacer la arquitectura ante un reto como este? Nuestra respuesta fue diseñar una experiencia inmersiva: un programa de capacitación en realidad virtual que les permite a los guardacostas e inspectores judiciales entrenarse en escenarios simulados de manera segura, interactiva y eficaz. La arquitectura, en este caso, no diseñó un edificio, sino una herramienta significativa al servicio de la justicia ambiental y la formación institucional. Ese es el poder de diseñar con responsabilidad.
Lo interesante de ver la arquitectura desde otros ejes es, quizás, el privilegio de descubrir aquello que aún no se ha intentado. Eso es lo que me mueve también en la docencia. Enseñar no es solo compartir lo que sé, sino acompañar procesos de exploración, plantear preguntas y mostrar que la arquitectura puede convivir con la programación, la animación, la investigación o la tecnología. En el aula, he sido testigo de cómo se amplía la mirada, cómo se rompen moldes y cómo surgen nuevas formas de ejercer desde la curiosidad y la imaginación.
La arquitectura no es estática; está viva, evoluciona y se redefine constantemente, y en esa evolución, la diversidad de trayectorias y enfoques es esencial. Necesitamos más arquitectas que asuman con compromiso los desafíos actuales: desde el cambio climático hasta la inclusión social; desde el diseño de ciudades más habitables, hasta su integración con la inteligencia artificial. No porque se trate de mujeres, sino porque se trata de profesionales con visión, con criterio y con la voluntad de transformar.
A todas las futuras arquitectas que hoy están comenzando su camino, les diría esto: no duden de su intuición, no teman explorar nuevas rutas y no permitan que los moldes tradicionales limiten su potencial. El mundo necesita su creatividad, su rigurosidad y —sobre todo— su capacidad para imaginar y construir aquello que aún no existe. Porque la arquitectura, al final del día, no es solo construir edificios; es construir posibilidades.